La historia insólita del Sr. Carlos Morales
Hace muchos años, vivía una pareja muy joven y muy feliz. El hombre era herrero y se llamaba Carlos, Carlos Morales y su hermosa novia se llamaba Isabela. Se casaron ellos y comenzaron la vida con gran esperanza y soñaron con vivir felices juntos hasta la vejez.
Con el paso de tiempo, llegó un bebé en el humilde hogar de la pareja. La madre insistía en llamar al hijo Carlos, como al papá porque, como al padre, su cabello negro y brillante resplandecía como el sol. El padre cedió a los deseos de su querida esposa, aunque una pequeña lágrima se formó en sus ojos mientras pensaba en el futuro.
El niño crecía mientras que los años volaron. Pero desde muy joven, Carlitos cayó en medio de mala compañía. A pesar del amor y la buena crianza de sus padres, Carlitos se convirtió en un sinvergüenza. A los diecisiete años, Carlos hijo reunió sus pocas posesiones y se fue de casa.
Los próximos años fueron llenos de tristeza y dolores para la pareja amorosa. Los dos se convirtieron en canosos por tantas preocupaciones. Y inesperadamente, Isabela se enfermó y murió. Con gran llanto y profunda angustia, el herrero sencillo puso a su esposa a descansar en la tumba.
Sin embargo, Carlos el hijo seguía en sus caminos malvados. Una noche un amigo de confianza tocó la puerta de Carlos papá muy de noche. Al entrar, el vecino informó a Carlos que le llegó noticias horribles de la mala conducta del hijo. Conociendo la delicada condición de su amigo, trató de contarle la gran tragedia que había sucedido. En un pueblo distante, Carlos hijo había violado a una joven y la asesinó. Todo el pueblo estaba en un alboroto y buscaba al hombre joven para ahorcarlo.
Inmediatamente, el padre amoroso sabía que necesitaba hacer. Con seriedad, agradeció a su amigo de muchos años y se apresuró a despedirse de él. Cuando la puerta estaba cerrada, Carlos corrió a la cocina. Metió la mano en la lata de manteca de cerdo y recogió un puñado. Mientras corría hacia su fragua, frotó salvajemente la manteca de cerdo en su cabello gris. Llegando a la fragua donde él había pasado los años en su labor arduo, Metió la mano en la chimenea y se raspó las manos en el espeso y negro hollín. Sin pensarlo dos veces, el se frotó el hollín en su cabello grasoso.
Tan rápido como pudo, ensilló a su fiel yegua y le susurró suavemente al oído. “Vamos, vieja Esmerelda, hagamos un viaje más. Me has servido bien durante muchos años, no me falles ahora.” El caballo fiel relinchó y pateó la tierra en respuesta a su pedido. En pocos momentos, ella corría como el viento mientras su amable maestro la urgía a seguir adelante.
Después de dos horas, cubrieron los 35 kilometres para llegar al pueblo lejano. Carlos desmontó de la yegua mientras ella jadeaba por respirar. Su piel estaba espumosa de sudor. Tiernamente Carlos acarició el cuello de su yegua. La agradeció por su servicio final. Y le dió una palmada en las caderas mientras silbó y la ordenó: “Vete, Esmerelda. Vaya a casa. ¡Adiós!”
El pueblo estaba en un alboroto. Hombres con sus pistolas y escopetas caminaban por todos lados preparando una banda de justicieros. Pero, en la confusión, algunos anotaron al hombre extraño caminando lentamente hacia ellos. Viendo este espectáculo, varios comenzaron a decir, “¡Parece al tipo!” Otros respondieron, “¡Sí! ¡Ahí viene el miserable violador y asesino!” Exigiendo la atención, el jefe de los justicieros gritó con sospecha, “¿Quién es usted?” El humilde herrero se paró con firmeza y levantó su voz con la fuerza que solamente el amor puede producir y dijo, “Yo soy Carlos, Carlos Morales.” En pocos momentos la horda de gente estaban gritando, señalando con los dedos, y buscando sus armas. Mujeres chillaban mientras trataban de reunir a sus hijos para protegerlos de lo que estaba a punto de suceder. Primero unos, y después otros de los hombres agarraron a sus armas. Los gritos de “¡Asesino. Violador!” crecieron más y más. En menos de dos minutos, un ciudadano enloquecido tomó su cuerda y la arrojó sobre la rama de un árbol alto. Era fácil entender lo que iba a suceder.
Carlos se mantuvo firme, aunque temblaba internamente. Lo agarraron y lo arrastraron al árbol maldito. Unos lo golpearon con sus pistolas. Otros lo pegaron con puños. Incluso los muchachos que escaparon de sus madres se unieron a la locura arrojándole piedras al pobre varón. Con gritos y con maldiciones, pusieron la soga del verdugo sobre su cuello. Y más rápido de lo que puedo contarles, la cuerda se tensó bajo el peso del padre amoroso. Con algunos tirones, le quitaron la vida al hombre.
Después de mucho tiempo, se calmó la masa de gente. Mientras todo, nadie había visto a las nubes oscuras que cubrieron los cielos. Por fin, soñaba un trueno fuerte. Todos alzaron sus ojos para ver las primeras gotas de agua que cayeron. Todo fue interrumpido con la voz de un niño cuando él dijo, “Mamá, ¡mira!” Uno por uno, los jadeos surgieron. En silencio, todos vieron mientras las gotas de lluvia cayeron sobre la cabeza del muerto. Poco a poco, la lluvia comenzó a revelar la verdad. El hollín y la manteca formaron charcos y lentamente corrieron por la cara del hombre maltratado. Todos comenzaron a llorar mientras que entendieron. El papá sufrió los estragos de la multitud para morir en lugar de su hijo rebelde. Sin comentarios, todos abrazaron a sus propios familiares y huyeron de la lluvia fría.
Amigo mío, esto es lo que su Padre celestial ha hecho para ti y para mí. ¿Cuál será tu reacción hoy a la grandeza de este amor increíble?
Romans 5:6-10
6 Porque Cristo, cuando aún éramos débiles, a su tiempo murió por los impíos.
7 Ciertamente, apenas morirá alguno por un justo; con todo, pudiera ser que alguno osara morir por el bueno.
8 Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, risto murió por nosotros.
9 Pues mucho más, estando ya justificados en su sangre, por él seremos salvos de la ira.
10 Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida.