Esta debería ser la pregunta más grande que se haya hecho en la historia del mundo, “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” ¿Quién fue el que hizo esta pregunta? ¿Fue un hombre ahogándose? ¿Fue un prisionero en la celda oscura de una prisión? ¿Fue un hombre pobre, sin esperanza en el futuro? La respuesta es, “No.” Pero también, “Sí.”
La Santa Biblia nos cuenta la historia en Hechos 16:19-34. Los grandes predicadores, Pablo y Silas estaban predicando fervientemente que Jesucristo es el único camino a la salvación. Una mujer joven poseída por demonios iba detrás de ellos gritando y perturbando a la gente. Finalmente, Pablo se volvió a ella, reprendió los demonios y los echó fuera. ¡Instantáneamente, ella fue libre del control satánico! Pero, hombres malvados habían prostituido a la joven mujer en la magia y brujería maligna. Una vez ella fue libre, se dieron cuenta que habían perdido su fuente de ingreso y se enojaron. Se quejaron contra las autoridades y golpearon a Pablo y Silas con varas y los metieron a la cárcel.
A medianoche, Pablo y Silas cantaron alabanzas a Dios. Él envió un terremoto, rompió las cadenas y los libertó. El carcelero se despertó, llegó corriendo y estaba listo a quitarse la vida porque temía que todos los prisioneros se hubieran escapado. Pero, Pablo en voz alta dijo, “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. El hombre vino temblando y cayó ante ellos preguntando, “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” Él reconoció que Dios había hecho un milagro aquella noche al liberar a los prisioneros de sus celdas, pero ninguno había intentado escapar. La vida de este pobre hombre carcelero fue salvada.
Este hombre era verdaderamente digno de lástima. Él controlaba la prisión, pero las cadenas de pecado ataban su propio alma. Estaba durmiendo en su cama, pero su corazón no hallaba descanso de todas las cosas malas que había hecho. El carcelero pensó que tenía todo lo que él quería en la vida, pero aquella noche él entendió que le faltaba lo más importante: Salvación eterna y perdón de pecados. Se estaba ahogando en sus propios pecados y no podía hacer algo para ayudarse a sí mismo.
Hoy, tú eres como aquel carcelero. Sin importar la posición en la que te encuentres en la vida, sabes que tu mundo es oscuro y sin esperanza. Temes a la mañana y a la muerte. Incluso, cuando tienes dinero en tu bolsillo, sabes que tu alma está perdida porque el dinero nunca puede comprar la paz con Dios.
Permíteme ayudarte preguntándote lo que este querido hombre preguntó, “¿Qué debo hacer para ser salvo?” Jesucristo, el único Hijo de Dios, vino al mundo a salvar pecadores como tú y yo. Él vivía una vida santa, una vida sin pecado, e hizo el bien a todos los lugares donde iba. Él vino a morir en la cruz con el fin de pagar el horrible precio por nuestros pecados. Éramos enemigos de Dios y estábamos condenados por nuestros propios pecados. Pero, Jesús murió voluntariamente en tu lugar, en mi lugar. Tomó el dolor, la agonía y la miseria de la muerte cruel para que tú y yo pudiéramos ser perdonados de nuestros pecados.
Pablo le dijo al carcelero, “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo…” Debes hacer lo mismo. Debes creer que Él es verdaderamente el Hijo de Dios, que murió en tu lugar, y que fue resucitado de los muertos con poder y gloria. Confiesa tus pecados solo a Jesucristo (Romanos 10:9) y “Él es fiel y justo para perdonarnos de nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” 1 Juan 1:9. Aquella misma noche el carcelero fue a casa con su familia, siendo un hombre nuevo. Su vida había cambiado y la de ellos también. Tu vida puede cambiar para siempre también, si haces como él hizo. Ora y confiesa tus pecados hoy. Cree en Jesucristo como el único camino a la salvación y podrás ser salvo. Luego, comienza a leer la Santa Biblia de Dios.